Todo igualitos. Eso es lo que se busca. Nada de vestirse distinto porque nos convertimos inmediatamente en empleados despreocupados y harapientos.
Cuando veo en tantas empresas una preocupación tan grande por la vestimenta de trabajo, me pregunto donde esta puesto el enfoque dentro de su cultura organizacional. Porque tanto control, no hace más que apuntar a la uniformidad de criterio, premiando al “igual” y castigando al distinto.
Fíjense que en algo tan trivial como el vestir, se ejerce una presión formal e informal (todos recordaran charlas en el comedor de la empresa donde se critica al “mal vestido”), que atenta contra la iniciativa de elegir la ropa con la que uno pueda trabajar cómodo. No olviden que la forma en que uno viste, refleja rasgos de la personalidad, por eso, incentivar el uso de vestimenta uniforme, hace que aquellas personas más tradicionales y conservadoras se sientan a gusto. Un detalle, si…pero toda una declaración de principios.
Esa obsesión por la uniformidad, ¿no denota una intención de fomentar una cultura tradicional?, ¿No pretende conductas conservadoras que mantengan el status quo?, ¿No revelan una falta de interés por alentar la diferenciación?
Creo que hoy en día, es vital tener la apertura necesaria para afrontar los desafíos que surgen en un contexto tan competitivo, y para que esto ocurra, debemos pensar fuera de los parámetros habituales, si lo que pretendemos es dejar huella. Si, ya se, la ropa es un pequeño detalle, pero los detalles marcan la diferencia.
Un uniforme no hace a un empleado mejor o peor, ni limita su capacidad de trabajo, aceptemos de una vez que para ser, no siempre hay que parecer.